PATRIMONIO, INTRAHISTORIA, MATERIAL ARTÍSTICO Y MÁSCARA
El trabajo de Mujer Corteza alude al proceso creativo, emocional e identitario que se genera cuando nos contamos. Contarse a uno mismo, pero también contarse a los demás, nos define y articula.
Decía Piglia que “el arte es una forma sintética del universo, un microcosmos que reproduce la especificidad del mundo”. Es aquí donde podemos situar el trabajo de Mujer Corteza. Sus obras son collages tridimensionales y sostenibles, generados a partir de cortezas de árbol, pelo de palmera y papel. A veces, también de hojas, piñas y tul de rejilla. Son piezas que se empapan de la vida y narran pequeños relatos sobre la condición humana, una suerte de balizas que señalan con actitud crítica lo que para la autora supone una amenaza en la sociedad actual: el heteropatriarcado, la religión, el clasismo, el racismo, el capitalismo... Las cortezas, en su valor simbólico, permiten a Mujer Corteza expresar visualmente lo que las palabras, colonizadas por la cultura y la política, no pueden. No en vano, las cortezas fueron unas de las primeras superficies sobre las que los romanos escribieron antes de conocer los rollos egipcios. Lo cuenta Plinio el Viejo en el siglo I, y lo recoge Irene Vallejo en el siglo XXI en su celebrado ensayo El infinito en un junco.
La naturaleza es la representación metafórica de un libro en el que el ser humano ha ido escribiendo su historia y definiendo su identidad.