Galería Antonia Puyó · C/ Madre Sacramento 31,
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Alex, Dave and Billy and the Pleasures of DIY Romance: Begoña
Morea Roy en Galería Antonia Puyó
Por Alex Brahim
Con Alex, Dave and Billy and the Pleasures of DIY Romance, su segunda exposición individual
en la galería, Begoña Morea Roy propone un lugar más allá en la exploración conceptual
y formal que ha venido desarrollando, en torno a las cartografías subjetivas y la
ecología de materiales.
Expandida a tres dimensiones y en un claro juego de relación con el espacio, su propuesta
es una Psicojukebox donde las obras, cual canciones, son el lugar donde colapsan
y se encriptan historias, emociones e ideas. No en vano la artista recalca la lista de
temas que sonaban en su estudio durante la gesta de este trabajo. Sin embargo, en
estas piezas abstractas de oculta exposición personal, habitan también las claves para
una lectura, siempre inconclusa, de sus múltiples guiños: vértices tangibles e intangibles
que convergen en la propia fabricación, dando a cada elemento y material un categórico
sentido específico, dotándoles de una narrativa sígnica simbólica, jamás explícita,
pero siempre manifiesta.
Cada vez más frágiles y volátiles, en contraste con un dominio más sólido del lenguaje
subjetivo, sus obras continúan explorando retóricas deudoras por igual de la arquitectura,
la historia del arte, el diseño, la artesanía o el mundo digital. Con recursos minimalis
tas y una notable presencia de lo gestual, sus coloristas mapeados evaden el fetichismo
de código adolescente, el mero juego compositivo o la paradoja retórica en torno al consumo,
en una especie de movimiento sinuoso y desenfadado, seductor, para instalarse
en un lugar profundamente personal y consciente.
Tres muebles de IKEA -los que la artista ha tenido que construir en sus lugares habituales
de residencia y trabajo- y la relación entre el volcado emocional y el tiempo invertido
en la producción, son el punto de partida, en un gesto irónico y genuinamente autosuficiente.
Como en la vida diaria, decisiones voluntarias con gestos intuitivos, planes con sus derivas,
precisión y errores, marcan el minucioso proceso. Fotografías de GoogleEarth de
espacios recorridos por la artista y algún amante, geometrías espaciales y motivos orgánicos
recuerdo de un viaje exótico, tramas de software FreeHand impresas, material
básico de papelería, telas baratas de mercado de barrio deprimido, o restos de obras
fallidas, componen las texturadas capas físicas. Vivencias de la autora, alusiones a cuestiones
sociales de su entorno inmediato y comentarios sobre el ejercicio artístico en sí,
son la motivación ulterior.
El cúmulo de circunstancias objetivas y rutinas con los que la obra se concibe, evidente
en la repetición de ejercicios manuales específicos, y una clara apelación a la economía
material en la factura, sitúa además a las piezas, cual inventario de sus insumos y reporte
de sus jornadas laborales, en un correlato de su contexto específico de producción.
Austeros y delicados, los archipiélagos objetuales que componen cada trabajo son
intensos entes de convergencia sincrética, como si su ingravidez rindiera cuenta inversa
de la intangible densidad que los informa, elaborando trayectos donde la carga radica
en lo invisible.
Lugares de especulación afectiva, de dotes eminentemente poéticas; sutiles, y de compleja
organicidad, los croquis del alambique personal de Morea Roy traspasan la candidez
o la anécdota, sin desconocerlas, para rezumar una honesta directriz: resituar el
detritus -económico, emocional, social, vital, artístico- en términos de valor, haciendo de
su conciencia, volátil y vulnerable, su grandeza esencial. Como las canciones que, precisamente
por lo entrañable de su fragilidad, se nos instalan en la memoria, acompañándonos,
hasta erigirse hitos de nuestra pequeña íntima monumentalidad.