Marián López-Fdez. Cao 19.01.2019. M-arte y Cultura Visual 

Es curioso cómo ofende a la sociedad la materialidad y literalidad del sexo femenino. La historia normativa del arte occidental ha acostumbrado nuestra mirada a todo tipo de penes y falos en erección en el arte, sea este antiguo, medieval, moderno o contemporáneo. Duros y enhiestos falos fetiche, falos sobre los que se puede uno subir, abrazar, por lo que se puede beber o que se erigen como cromlech en el espacio abierto. Pocos, por cierto, aparecen en estado de reposo.

Las teóricas Lynda Nead y Julia Kristeva señalaban hace ya décadas el miedo y repulsión que siente el hombre por lo abyecto. Aquello blando, sin forma definida, viscoso, de algún modo inaprehensible. El teórico alemán Klaus Theweleit en un libro que debiera ser más conocido y traducido al castellano, “Männer Phantasies”, (fantasías masculinas), estudiaba el potente imaginario que tomó forma en la segunda guerra mundial en la psique militar del nazismo pero que, a pesar de que fue políticamente vencido (o eso pensábamos), su imaginario ha sobrevivido en la cultura occidental contemporánea. En él hacía un estudio de lo que esta psique consideraba estético y abyecto. A través del análisis de varias autobiografías, Theweleit analiza y comprueba cómo, para las mentes de los militares nazis, las imágenes asociadas a lo femenino les resultaban desagradables, les repugnaban, les daban asco. ¿Qué era para ellos “lo femenino”?: todo aquello que ellos no debían ser: todo lo asociado con debilidad, desagregamiento, blandura, fragmentación, fluido, viscoso, sin límites claros, abierto o amorfo. Estos hombres debían combatir todo aquello que pudiera ser calificado de “femenino” dentro de sí: su interior asimétrico, desorganizado y viscoso frente a un cuerpo externo ordenado, disciplinado, simétrico y duro. Y también todo aquello fuera de sí y que poseía las mismas características de desorden y falta de control: la masa, las manifestaciones, frente a los desfiles militares, limpios y organizados. A través del ejercicio físico despiadado, la blandura femenina que emergía de sus propios cuerpos al mínimo despiste, debía ser continuamente corregido. Una masculinidad que teme incesantemente la emergencia de lo femenino dentro de sí como un contaminante amargo y letal, como una amenaza bíblica y que debe asimismo mantener a raya en cualquier manifestación exterior. Los soldados de la Freikorps alemana coincidían curiosamente en esta mirada con parte de los artistas masculinos expresionistas alemanes. Otto Dix mostraba a las viejas prostitutas como el emblema más repugnante de la Alemania femenina y decadente: blanda, débil, ridícula y corroída.

Otto Dix, Prostitutas

De acuerdo con Julia Kristeva:

“En un mundo en el que el Otro se ha derrumbado, el esfuerzo estético —descenso a los fundamentos del edificio simbólico— consiste en volver a trazar las frágiles fronteras del ser hablante lo más cerca posible de sus comienzos, de ese “origen” sin fondo que es la represión llamada primaria. Sin embargo, en esta experiencia sostenida por el Otro, “sujeto” y “objeto” se rechazan, se enfrentan, se desploman y vuelven a empezar, inseparables, contaminados, condenados, en el límite de lo asimilable, de lo pensable: abyectos. (1980, 28).

Lo abyecto es “aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas, la complicidad, lo ambiguo, lo mixto” (Kristeva, 1980, 11). La identidad masculina, extendida a través de lo genéricamente humano a toda la sociedad, se siente amenazada constantemente por esa abyección que, como señala Linda Nead (1998) está del lado femenino, en oposición al orden simbólico regularizado patriarcal.

Vulvas envasadas. Inma Ferrero, 2019. Fotografía de Irene Alcalá Andino.

Esta semana hemos presenciado una polémica sobre la obra de una artista emergente, Inma Ferrero, que ha expuesto junto con otros estudiantes de cuarto de Bellas Artes de la Universidad de Granada, dentro de una muestra comisariada por Elizaberta López Pérez en el Patio del Ayuntamiento, Casa San Matias, Cuarto Real de Santo Domingo y Auditorio Manuel de Falla, de Granada. En ella, según recogen los medios de comunicación “pueden observarse supuestos trozos de «Carne de vulva» en una bandeja de plástico de las que se encuentran habitualmente en la zona de refrigerados o elaborados de un supermercado y cuyo etiqueta recoge: «Puede contener trazas de semen, uñas, o restos de parte de mujer» (ABC, 18/01/2019). En esta noticia, la imagen de la obra aparece pixelada:

La obra en cuestión va acompañada del siguiente texto:

“Crítica a la trata de mujeres con finalidad sexual:

Se calcula que la trata de mujeres con fines de explotación sexual es el negocio criminal con mayor crecimiento, y en el cual las mujeres y niñas son las grandes víctimas. Nada de esto sería posible sin la otra cara del negocio: los clientes. La demanda de prostitutas en su gran mayoría hombres alimenta y perpetúa el pensamiento de que el sexo es un derecho y las mujeres un bien que se puede consumir a cualquier precio siendo ésta una de las expresiones más brutales de la violencia machista. Esto es un llamamiento a repensar la masculinidad, cuya sexualidad parece estar dotada de una irrefrenable necesidad sexual que se convierte en un derecho a disponer de material femenino por un módico precio». (Inma Ferrero)

Esta obra no sólo recoge la vitalidad del arte contemporáneo más joven, sino que da en la diana de lo abyecto, temido y repugnante por parte de la estética que estudió Theweleit, Kristeva y Nead: el fragmento, lo blando, viscoso, corpóreo, fluido, de la parte femenina más perturbadora, codiciada y temida por la psique masculina, donde lo interior y lo exterior son un continuo y no hay límites entre uno y otro. Ferrero ha mostrado estos fragmentos en su apertura y fisicidad: pelos, uñas,… todo lo que repugna y altera a la estética cerrada, unitaria y sólida de lo simétrico, ordenado y enhiesto.

Que esta obra haya sido objeto de polémica da que pensar por varios motivos: porque pone en evidencia la actualidad de la estética de la abyección hacia la sexualidad femenina que sigue teniendo la mirada occidental –preferentemente educada bajo la mirada masculina- y a la vez de la repugnancia por parte de quien mira esta obra, hacia las mujeres que ejercen o sufren la prostitución de sus cuerpos. Como señala el texto de la artista cuestionada, son los consumidores de mujeres los que construyen -o destruyen- la identidad de estas personas reduciéndolas a carne de vulva en venta (que el periódico pixela para no herir la sensibilidad de sus lectores).

A la masculinidad más terrible le repugna y rechaza lo que destruye. Esta obra es el emblema no sólo del miedo y atracción hacia sexo femenino, sino el resultado de ello.

«En un espacio público acceden menores a los que debemos respetar», «Hay que elaborar un protocolo donde existan comisarios que valoren la idoneidad o no de ciertas exposiciones», ha comentado el portavoz del partido Ciudadanos en declaraciones a los medios de comunicación. Señor portavoz, qué hacemos con los folletos que cada día recogemos de los coches aparcados en nuestras calles? ¿dónde hay mayor obscenidad?

La diferencia entre estos folletos y la obra de Ferrero es exactamente la que existe entre el uso consciente de la libertad y la consecuencia de la opresión ¿cuál prefiere usted?.

 

Kristeva, Julia. (1980). Poderes de la perversión. Buenos Aires: Siglo XXI.

Linda Nead (1998) La sexualidad Femenina. Madrid, Tecnos.

Theweleit, K. (1978) Männerphantasien, 2 Vols., Editorial Roter Stern/Stroemfeld, Frankfurt am Main/Basel.

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